ETIQUETAS

jueves, 4 de abril de 2013

TE DEUM LAUDAMUS (Agente Del Caos) Cap. V Parte 1



Una de las cosas que disfruto a placer es el cine; casi puedo afirmar con rotundidad que me trago cualquier cosa (sigo hablando de cine, para el que ande despistado) y, la mayoría de las veces, voy solo. En muy contadas ocasiones he ido con alguna muchacha con la que tonteaba y rarísima vez en grupo. Aparte, la nueva e interesante actividad que comencé a desarrollar hace un tiempo me ha transformado en alguien más taciturno y reservado de lo que ya era antes. No obstante, aún creo tener vida en mi interior y guardar algo de benevolencia en mi corazoncito a pesar de que esa “actividad” me haya llevado a cometer actos que ni por el forro antes de su conocimiento hubiera creído posible.

Así que ahora acudía al cine casi como terapia. Algunas veces conseguía aislar mis pensamientos durante una hora y media o dos y abstraerme en lo que estaba viendo en la pantalla. Pero otras no lo lograba; en esos momentos, abandonaba la butaca y salía de allá como alma que lleva el diablo, con paso ligero, intentando no parecer nervioso. Porque lo que sí era cierto es que ser un agente del caos empezaba a consumirme.

Un día fui a la sesión de tarde al cine con más salas de la Ciudad. No me apetecía hablar con nadie, mucho menos con un taquillero, así que un amable caballero que había por ahí me cedió su entrada. Bueno: la suya, la de su mujer y la de tres chavalines que corrían por ahí para desesperación del personal. Por supuesto, a mí me bastaba con una, así que las otras cuatro fueron a parar a la papelera. Pasé a ver una de dibujos animados. Y no sé si fue la algarabía que reinaba en la sala con tanto mocoso o, simplemente, que la película era mala de solemnidad; lo que sí que sé es que, después de mandar callar por tres veces casi consecutivas a los jodidos enanos que gritaban a sus padres que qué estaba pasando en la peli, decidí levantarme como quien va al baño y abandoné la sala dejando a todo Dios a su suerte.


El reloj daba las ocho y cuarto cuando me metí en una cafetería cercana. Pedí un cortado y empecé mi laborioso trabajo de liar tabaco (esta vez sí). El jodido paquete de cigarros se había puesto por las nubes y, ahora que todo el mundo compraba para liar, porque salía más barato, resulta que habían subido el precio de este último también. Menuda cagada. Y, para colmo, ni siquiera se podía fumar en los bares; este último parecía que no respetaba la sagrada regla de oro; mejor para mí. Además, estaba intentando dejarlo; pero no sería ese día.

En fin, cortemos el rollo. Ya he dicho que últimamente parecía condenado a divagar… pero mucho. La cafetería estaba casi vacía y el camarero parecía contento en extremo de tener un cliente para ganarse el pan y, por ende, quería darme conversación. ¿Por qué, justo cuanto más tranquilo quieres estar sumido en tus pensamientos, todo el mundo tiene algo que decirte, joder? Le respondí cortésmente con monosílabos y, cuando vio que no daba cuartel a más se largó, entre decepcionado y confundido. Volvía a la rutina del aburrimiento.

No habían pasado ni cinco minutos contados de reloj cuando un tintineo anunció la irrupción de otro cliente. Yo estaba en Babia y, para más inri, de espaldas a la puerta. Si no hubiera sido así, puede que mi reacción a lo que me esperaba en aquellos instantes habría tomado otros derroteros.

Cuando llegó a mi mesa cogió una silla y se sentó con el respaldo por delante. Cruzó los brazos y los apoyó en su asiento. Mis ojos empezaron a subir desde el café hasta aquella molesta persona que se había sentado junto a mi. Enseguida vislumbré aquella cazadora roja con mangas blancas y, antes de que subiera más arriba para verle su interrogante jeta, ya sabía de quién se trataba. Apoyé las dos manos en la mesa y acabé de darle un repaso. Jeans azules y sus converse eternas. Ella me miraba con el mentón apoyado en sus brazos cruzados, su mirada brillante y una media sonrisa que parecía forzada.

- ¿Es que nunca te cambias de ropa?- le pregunté a modo de saludo. No hacía falta ser Sherlock para descubrir que no me apetecía compañía. Mucho menos una disculpa por desavenencias pasadas con ella.

- Nunca he llegado al punto en el que las bragas se me pegan a la piel, por si te interesa.- me contestó sin borrar aquel gesto que empezaba a incomodarme.

- Gracias por joderme el café.- dije apartando aquel engrudo. No me apetecía más.- Supongo que no has venido para ver qué tal estoy…

- En realidad, estoy haciendo un verdadero esfuerzo de voluntad para no devolvértela. ¿Recuerdas de qué hablo, verdad?

Asentí; igual me hubiera dado que hablara del eterno conflicto de Israel y Palestina; incluso hoy estaba generoso y le dejaría devolvérmela hasta mil veces. Realmente, me sentía insensibilizado. Al ver que no decía ni palabra, se levantó y fue a la barra a pedirle al camarero, que escrutaba con el rabillo del ojo aquella escena aburrida de supuestos enamorados. Esta vez su sonrisa debió de ser radiante, porque puedo jurar que al cabrón le salían corazones por las orejas cuando fue a cargar la cafetera. Por supuesto, cuando mi querida amiga volvió a su sitio, aquel atisbo soleado en sus mejillas se nubló instantáneamente.

- Puedes poner toda la cara triste o de pesar que quieras.- dijo sentándose de nuevo.- pero hay que seguir con lo nuestro, ¿no te parece? Es ley de vida…

- Llevas mucho en esto…- no era una pregunta. Pero quería saber cuánto tiempo ha de pasar para que una monstruosa indiferencia te nublara por completo. Al acabar con las amigas esa apatía fue lo que se apoderó de mi. Pero luego los remordimientos, acaso un atisbo de conciencia que chillaba desde su oscuro rincón, me golpeaba continuamente.

- El suficiente para pensar que lo que hago es por una causa mayor de la cual no vale la pena hacer preguntas. Yo ya me he preparado para lo peor; siempre lo hago. A veces no luchamos solo contra personas; a veces lo hacemos contra seres que no puedes ni imaginar, seres que corrompen el equilibrio como aquel que nos atacó… No puedes, con todo lo que sabes ahora, o lo que podrías llegar a saber, abandonar.

- ¿Te manda Jia Li para sermonearme?- pregunté.

El camarero se acercó para traer el café de la dama. Ella le sonrió fugazmente y éste se retiró como si le hubieran ofrecido el cielo. Sin decir nada, cogió el azucarillo y lo apartó. Se bebió el café de un solo trago como quien se toma un chupito de whisky. Ya me imaginaba que tenía poco de dulce…

- No vengo por Jia Li.- dijo casi con desdén.- A estas alturas, puedo ir de un lado para otro sin recibir ningún tipo de instrucciones. A la Madre si que la voy a ver más de vez en cuando. Vengo porque he querido. Te he estado buscando estos últimos días.

- ¿Qué ocurre conmigo?¿Al final me la vas a devolver?- pregunté socarrón. Empezaba a tocarme las narices tanto halo misterioso.

- Para nada; de momento, no. Necesito que me ayudes.

A esta chica no le iban las sutilezas; me lo había demostrado bebiéndose el café de aquella manera. Prefería ser directa e ir al grano sin más. Por mi parte estábamos en paz en cuanto a acontecimientos pretéritos. Ella tenía otra cosa en mente. Pero, al margen de aquello, quería que le echara una mano. No tardé en averiguar para qué y, por supuesto, no tardaría en arrepentirme.

- Vámonos de aquí. Te iré diciendo por el camino en qué consiste. En sitios cerrados las paredes siempre oyen.- sentenció.

Se levantó y la seguí; pasamos por la barra, pero el camarero no estaba. No quiero imaginarme la cara que se le quedaría al comprobar a su vuelta que no estábamos sentados. En fin; que otro pagara los cafés.

La luna ya despuntaba en el cielo y había escasas estrellas brillando en la lejanía del universo. Hacía una noche de película, pero mi ánimo estaba sombrío; en el cine no lo había pasado bien y, por supuesto, la aparición de esta moza no contribuía a inclinar la balanza a mi favor. Metí mis manos en los bolsillos del pantalón (el traje ya formaba parte de mí casi como el vestuario de mi “compañera”) y ella, sin pedir permiso, me cogió del brazo.

Nuestras miradas se cruzaron, pero comprendí por la suya que era un mero compromiso, una especie de tapadera por así decirlo. Y confesaré, para mi pesar, que por un segundo volví a enamorarme. Ella, por supuesto, o no lo vio o simplemente no le dio importancia. Me condujo hacia unas calles poco transitadas, alejados del tráfico y de la multitud y empezó a sacar a pasear la lengua.

- Hace nada un contacto nuestro me dio cierta información que puede que te resulte familiar. ¿Recuerdas el caso de una chavala de unos quince años que apareció quemada en extrañas circunstancias?

Me parecía vagamente haber oído algo parecido. Tras estrujarme un poco los sesos, convine que posiblemente se trataba de aquella joven que fue asesinada sin móvil aparente.


- Aquello no tenía que haber ocurrido.- continuó sin esperar respuesta.- Madre Zhi me comunicó que de su vientre nacería una persona influyente, con peso específico en los planes universales. Pero alguien truncó su destino y decidió quebrarlo. Debemos subsanar este hecho.

- Déjame adivinar… seguro que en medio hay sangre…- contesté sarcástico.

- No seas idiota; sabes que siempre hay sangre. Pero ese es, precisamente, el problema. No estamos hablando de un cualquiera que, por accidente, ha desequilibrado la balanza. Estamos hablando de una contrafuerza poderosa.

- Te recuerdo que aquí la única que hablas eres tú. Yo aún no tengo ni idea de qué debemos de hacer.

Se detuvo y dejó de asirse de mi brazo. Me miró exasperada, casi furiosa y, acto seguido, una sonora bofetada me cruzó la cara. Esta chica, ya sin ningún tipo de duda, sabía atizar. Me atrevería a afirmar que no me hubiera dolido más si me hubiera dado un puñetazo. No me lo esperaba, así que la cogí de las solapas de su cazadora y la llevé a rastras hasta un muro en un callejón. Al contactar su espalda con la solidez de la pared, dejó escapar un gemido, pero su mirada asesina seguía perenne. Relajé un poco las manos.

- Ya no me debes ninguna, te lo aviso. Espero que esta te haya servido para zanjar las cuentas.- le dije entre dientes.

- No me jodas; aún te la debo. Esa era por no saber escuchar, gilipollas.- contestó.

La solté como quien descubre que tiene entre manos una serpiente; incluso hasta creo que me sacudí las manos contra mi chaqueta. Ella se arregló la ropa y me miró desafiante. Luego me señaló con el dedo directamente a la cara; podría habérselo mordido si quisiera.

- No vuelvas a hacer eso.- me dijo autoritaria.- Vengo a pedir tu ayuda; si lo único que haces es ningunearme, ya puedes irte a donde te salga de los huevos.

No le contesté; simplemente asentí de manera mecánica. Era increíble ver lo parco en palabras que me había vuelto desde la última vez que… tampoco prefería recordar. No se acaba con la vida de cuatro chicas, por muy hijas de puta que pudieran ser, todos los días; pero tampoco quería acabar presa de los remordimientos y que algún día me encontraran ahorcado o que, simplemente, decidiera practicar la caída libre desde mi casa contra el coche de algún pobre desgraciado que eligió mal el sitio de aparcamiento. Le miré de nuevo al rostro.

- Está bien; me la merecía, de acuerdo. Perdona por el empujón de antes. No me encuentro nada a gusto, eso es todo. ¿Quieres explicarme de que va todo esto, por favor?- pregunté educadamente.

Ella escudriñó durante unos instantes en mis ojos; quería saber si decía la verdad o le iba a tocar de nuevo lo que le sobraba de monja. Pareció advertir cierta curiosidad y resignación por mi parte. Yo realmente estaba dispuesto a escucharla. Seguimos caminando un rato en silencio hasta que lo quebró.

- El asesino es un sacerdote.- me espetó sin ningún tipo de ceremonia.- Bueno; directamente no. Contrató a alguien para que la matara; ese hijo puta dejó a la chica embarazada. Llamó a una asesina para que le hiciera el trabajo sucio. La mató sin piedad y la quemó en un bidón a las afueras de la ciudad. Casi no quedaron ni los huesos. Por supuesto la pasma no conoce ni de lejos el móvil del crimen, pero Madre Zhi ha percibido un desequilibrio universal aterrador.

- Y me imagino que aquí es donde nosotros entramos en el juego, ¿no?

- Imaginas bastante bien.- me contestó.- Tenemos que eliminar al sacerdote, pues se ha convertido en un contrapoder muy importante. Por supuesto, no estará solo. Ese cabrón, no sé como, sabe de nuestra existencia. En concreto, de la mía. Sabe que voy a por él.

- ¿Es por eso que necesitas mi ayuda?- pregunté.- Pensaba que te las apañabas muy bien con el látigo.

- Desde luego que sí, pero una mano más puede ser de gran utilidad. Después de todo, ya nos conocemos.

Anduvimos diez minutos más sin dirigirnos la palabra. A cada paso que daba, notaba su tensión. Estaba tentada a decirme algo; en este caso, la voluntad era mutua. Yo también tenía cosas que decir, pero tal vez ella no era la persona más apropiada. Tenía un secreto que me corroía las entrañas y, aunque dentro de mi una parte luchaba por alzarse y gritar que lo que había hecho era lo correcto, otra me prevenía e incluso me amenazaba con que tenía las horas contadas. Finalmente, no abrí la boca. Ella pareció pensarlo también mejor y no dijo tampoco nada.

- Aquí tengo que dejarte. Fíjate bien en este sitio, pues aquí es donde nos veremos mañana al anochecer, sobre las ocho. Estate preparado. Mañana será el día.

Se largó sin más ceremonias. Como buen hombre que soy, para no romper la tradición que nos ha hecho merecedores de ser buenos observadores, posé mis ojos en lo bien que le quedaban los vaqueros, dicho con finura. Para los más bizarros en el tema, diré que tenía el culo más perfecto que he visto en la vida y, para los palilleros sin remedio, añadiré que las piernas debían de haber salido del patrón de la mismísima Venus. Dobló una esquina y ni siquiera giró su cabeza para un último vistazo, ni un saludo, ni un beso de despedida… supongo que, aparte de deprimido, también estaba falto de cariño; que bonito…

Llegué a casa unos veinte minutos después. A pesar de ser día laboral mañana, era increíble lo llenas que estaban las calles de gente. Sin ningún preámbulo me fui directo al baño; quería ducharme; de hecho, necesitaba una ducha. Tras diez minutos bajo el agua, salí para secarme. Preguntándome delante del espejo si dejaba el afeitado para mañana, recibí una visita que, por supuesto, no esperaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario