ETIQUETAS

lunes, 4 de febrero de 2013

AMIGAS PARA SIEMPRE (Agente Del Caos) Cap. IV Parte 1



Nunca me ha gustado recibir órdenes, lo confieso. Es algo que me saca de quicio, porque no deja lugar alguno para la interpretación individual. Esto mismo me pasa en mi trabajo, como cocinero… me parece bien que te indiquen unas pautas a seguir, como es lógico; pero, a medida, que se coge experiencia, una de las cosas que no aguanto es que siempre tenga un ojo detrás de mi que me vigile constantemente para ver qué tal hago las cosas.

Estas últimas semanas habían sido muy prometedoras. El poder que me había sido otorgado vino conjuntamente con unas “lecciones” de contención por parte de Jia Li. No es que nos pusiéramos a hacer Tai Chi en el jardín de algún aburrido multimillonario, pero sí que es cierto que aprendí bastante de sus enseñanzas, sobre todo en lo que se refiere al control de mi precioso cuchillo y la canalización de mi poder a través de él. No en vano brillaba mi mano cada vez que lo empuñaba. Hubiera sido estúpido de creer que solo era un tuneado para que la palma me luciera bonita.

Tardamos un par de meses… miento; en realidad fue aproximadamente cuatro… aunque quizás rozáramos el medio año. La cuestión es que aprendí a manejar aquella arma mortal mucho mejor de lo que hubiera supuesto; y sin pagar ni un chavo ni medio, lo cual no es poco, dada la desaceleración económica que sufrimos hoy en día. Y tampoco es que me guste demasiado alardear de mí mismo como si fuera Dios sabe qué en Dios sabe dónde, pero la verdad es que Jia Li estaba satisfecha con los avances de su preclaro alumno.


Estaba lleno de expectación y deseos para que algo pasara. Claro que no iba yo siempre a cargar con el peso de alguna muerte, digamos, para satisfacer el equilibrio, pero sí que era cierto que me hubiera gustado salir a poner paz sobre la Ciudad. Y, realmente, esta vez me iba a cubrir de gloria, gracias a un caso que aconteció no mucho después de que Jia Li me diera una palmadita en la espalda y me dijera “Chico: Estás listo para salir y comerte el mundo”.

Era uno de mis días de fiesta; estaba en la cocina preparándome una sabrosa ensalada (aclaremos que para mi el término ensalada básicamente tiene dos ingredientes: Lechuga y tomate) porque hacía un calor de mil demonios. No me apetecía hacerme nada caliente, puesto que al acabar de hacerlo estaría como un pollo escaldado y, por supuesto, tampoco quería complicarme la vida. Entonces pensé: “Ensalada”… y fue ponerme manos a la obra.

La tele estaba encendida y, más por azar que por otra cosa, salió la noticia que traía de cabeza a todo dios; una chiquilla, de no más de quince años, había sido apaleada, torturada, rajada y violada por, atención, un grupito de amigas. Con amigos así, para qué quieres enemigos… Le habían dado una paliza monumental, zarandeándola en corrillo como si fuera un pingo, le habían torturado quitándole dos uñas de la mano izquierda y una de la derecha, aparte de la lluvia de patadas que debió de caerle, le habían rajado con una navaja del novio de una de ellas y le habían violado con un palo de escoba que encontraron por ahí.

Se conoce que algunas de las “amigas” de esta pobre desgraciada (creo que el grupo eran unas cuatro) eran de familias pudientes, como pudieron corroborar algunas fuentes. De momento no se ha podido demostrar que eran ellas pero varios indicios apuntaban a que esta chica era un alma solitaria y que era acosada continuamente por las susodichas jóvenes.

Llevaban tres o cuatro días repitiendo la noticia que había causado conmoción en todos los sectores de la población y que se prepara un juicio de las menores casi, casi sin precedentes, pues las cuatro están muy tranquilas (o eso parece) y, de momento, se encontraban recluidas en sus respectivas casas.

Tras las noticias, llegaron los deportes; tras los deportes, el tiempo; por aquel entonces ya había acabado de comer, pero me apetecía quedarme un poco más y ver Los Simpson, faltaría plus. Fui a la cocina, encendí la tele allí y me dispuse a fregar lo poco que había ensuciado y luego me quedé poco más de media hora de programación como un pasmarote, apoyando mi culo en la tarima y con los brazos cruzados mientras por mi cara aparecía una sonrisa medio boba.

Acabó la serie y, mientras me preguntaba cómo era posible que una serie como aquella tuviera ya casi la friolera de veinte años, se me ocurrió que podría bajar a tomar algo en vez de quedarme en casita y amarujarme. Cuando tienes días de fiesta no te quedes en casa, joder: Haz algo.

Salí con mis mejores galas (vaqueros azules un poco desteñidos y rotos y una camiseta verde oliva) y fui al bar cerca de mi casa. Me arrepentí nada más pisar la calle de haber salido a las tres con ese calor. La brisa venía tan cálida que parecía que respirabas cristal y el sol pegaba con tanta fuerza en el suelo que era un milagro que mis preciosos zapatos no se quedaran pegados… y yo con ellos. Fui con paso vivo hasta el bar que tengo cerca de casa y me senté en la terraza, donde la sombra hacía amigos. Salió un camarero a ver qué coño quería alguien a las tres de la tarde y joderle el fresquito de aire acondicionado de dentro. En principio no me percaté de quién era el camarero. Solo pedí un granizado de limón y listo; tras mirarle a la cara tuve un deja vu y, tras retirarse por segunda vez, al traerme mi consumición, caí que era el mismo pavo que me había dado la tarjeta de Domus Animae al principio de toda aquella aventura.

Mientras sorbía por la pajita a rayas de colores que me hubo traído junto a mi bebida, ponderé el decirle algo, pero lo dejé correr. Tal vez era como los Ojos de la Ciudad, mi amigo el borrachín que siempre estaba de un lado a otro. A los cinco minutos salió de nuevo el camarero de aspecto cetrino ( al parecer el calor ni siquiera le había despeinado el lustroso cabello que tenía) y me trajo la cuenta junto a una nota. En la nota ponía ESPERE SENTADO.

- No te quepa ninguna duda que esperaré sentado. Con este calor no pienso quedarme de pie en ningún sitio, aunque sea a la sombra.- mascullé por lo bajo mientras sacaba un billete de cinco.

 Se oyó la puerta a mi izquierda del garito, pero no salió el camarero, sino mi queridísima Jia Li. Vestía con una falda que poco le faltaba para ser un cinturón y un top tan ajustado que casi se podían ver las pecas en relieve.. Se sentó ceremoniosamente en una silla a mi lado y miró al frente en vez de mirarme a mí.

- También me alegro de verte, Jia Li.- como vi que todavía nada, insistí.- Tu amigo el camarero, el señor notitas, me ha dejado una de que esperara sentado. Supongo que era a ti a quien tenía que esperar…

- Madre Zhi está preocupada; ha habido un desequilibrio enorme que hay que enmendar. Debes de hacerlo tú, aunque no sé si estarás preparado para ello.- giró su rostro hacia mi.

- Sí; sí que me alegro de verte.- repetí de nuevo.- Y en cuanto a vuestros desequilibrios y perturbaciones en la fuerza al más puro estilo Jedi… bueno, supongo que para eso estoy. Lo que me molesta un poco de todo este asunto es que digas que aún no estoy preparado. No sé… seis meses contigo sin parar y que me digas esto después de decirme que sí, que tenía el jodido certificado de agente del caos… pues me molesta.

- ¿Has oído el caso de las chicas que han dejado en coma a otra a base de palizas?- preguntó Jia Li.

- ¿Y tú has oído algo de lo que te acabo de decir yo? No me parece…

- Cállate.- me espetó secamente. Si me hubiera dado una bofetada no me habría dolido más. Cerré el pico y prosiguió.- La chica de la paliza está en el Hospital Central, rodeada de sondas y con un pronóstico nada bueno para su futura evolución. Las perras que le propinaron la paliza deben de ser castigadas… y normalmente ya sabes que castigo tienen...

- Ey, ey… para el carro, señorita.- interrumpí sin poder evitarlo. Por supuesto, la mirada asesina que me lanzó tampoco fue evitable.- Esta chica aún está viva, aunque en coma. ¿De qué desequilibrio me estás hablando? Se recuperará y listo. Volverá a su vida, colegio nuevo, amigos nuevos y bueno… alguna que otra secuela, pero como nueva.

- No frivolices con esto, por favor. Me pone enferma.- respondió Jia Li.- Y tú, que todo lo sabes: ¿seguro que vivirá? ¿Puedes asegurarlo al ciento por ciento?

- Claro que no. Pero Jia Li…- llegados a este punto, tuve que bajar la voz.- Me estás hablando de matar a cuatro jóvenes… a cuatro chicas adolescentes… No me jodas…

- Te estoy hablando de qué es lo que haces. No hay marcha atrás en este camino que, por fortuna o por desgracia, te ha tocado recorrer. Ni se te ocurra cuestionar el fin. Lo único que puedes cuestionar es cómo llegar a él. Es todo. Son casi las cuatro.- anunció alzando la cabeza hacia el reloj de la torre de la iglesia.- Tienes una hora para llegar al instituto de esa joven e indagar hasta encontrarlas y ejecutarlas.

La forma en que dijo esa palabra, tan contundente, hizo que se me helara la sangre. Yo era sólido cuando tenía que serlo, pero también obviamente tenía mis pautas de comportamiento. Aquello, efectivamente, me superaba.

- Ya sabes lo que tienes que hacer. Sé que no fallarás. Cuídate.- me dijo eso en un tono tan maternal, que casi podría jurar que su anterior conversación no versaba acerca de matar a cuatro pavas.

Tras su breve cháchara, se levantó y anduvo calle arriba hasta que la perdí de vista. Yo me quedé un par de minutos más, pensando cómo empezar. Recogí los cambios del granizado junto a un extra que pesqué del bote abierto de propinas sin que nadie mirara y me dirigí de nuevo a casa.

Al llegar, esta vez sí que me vestí con mis mejores galas (mi hermoso traje negro, camisa roja y corbata negra) y, por supuesto, el cuchillo. Quería parecer lo más posible a un periodista, aunque fuera un freelance, y para ello nada mejor que un traje como ese para disimular. A modo de camuflaje, lo mejor de lo mejor.

Tomé un taxi que una amable anciana pidió para mi (demasiado lenta, diría yo) y fui rápido a la explanada que era lugar de recepción de los chavales y patio de recreo. El recinto estaba cercado por vallas negras de unos dos metros de alto y tan gruesas como mi antebrazo. Mientras esperaba me enrollé un cigarro, esta vez eso era, y esperé pacientemente a que el instituto vomitara por las puertas a cientos de adolescentes en plena revolución hormonal.

Faltaba unos diez minutos para que aquello ocurriera y las inmediaciones ya eran un hervidero de padres. Yo permanecía impasible apoyado en aquellos gruesos barrotes mientras daba calada tras calada. Algunos me miraron extrañados. Que sí, joder, que sé que soy demasiado joven para tener un churumbel en el instituto. A los padres hay que decirles todo…

Y entonces sonó el timbre. Y las puertas se abrieron; de ella brotaron cinco, veinte, cincuenta, centenas de jóvenes promesas gritando, riendo como gilipollas, corriendo o incluso ya hablando con el móvil. Mientras los padres retiraban a sus descendientes, yo saqué mi libreta esperando a que alguno mordiera el anzuelo y se acercara un poco a mi vera.

Los chavales no son tontos; se fijan en todo y tienen la curiosidad a flor de piel; un caso tan cercano como el que le ocurrió a una conocida, compañera, friki, etc… que estaba en el colegio, siempre da morbo, y más aún a esa edad, averiguando los detalles más escabrosos. Siempre he pensado que a esta generación es más difícil impresionar. Pero con una libreta en la mano y un bolígrafo en la otra escribiendo, seguro que muevo a la curiosidad a alguno de aquellos capullos en flor.

- Perdona ¿eres periodista?- preguntó un chico con más granos en la cara que cráteres la luna.

- Pues sí, así es. En realidad, voy por cuenta propia, pero soy lo que podría llamarse un periodista de primera.- contesté exhibiendo mi mejor sonrisa.-  ¿No conocerás por casualidad a la muchacha que fue agredida?

- No, para nada.- dijo eso como si le hubiera rociado con agua caliente.- Era lo más friki el mundo. A quien sí que conozco es a Claudia.

- Bien… Claudia… Y, ¿Claudia es…?- pregunté con el Boli a punto de escribir.

- Es la reina del pijerío, tío. Una idiota creída como pocas… aunque al Esteban le pone, ¿verdad, Estebaaaaaan?- preguntó a un pecoso de pinta guay. El pecoso se sonrojó un poco pero mantuvo el tipo como un campeón.- Ahora dice que no le va, pero porque todo el mundo sabe que seguro lo hizo ella.

- Y, ¿sabes dónde vive Claudia por un casual?- pregunté de nuevo preparado para escribir.

- No, yo no. Pero creo que el Esteban sabe. ¡Ey, co, ven aquí! Que éste es periodista.

El tal Esteban vino con un trote cochinero que a más de una fémina adolescente haría aspirar profundo antes de que se le cayeran las bragas al suelo. Se plantó delante de mi como un cretino total. Pero el lorito cantó donde vivía. Me explicó que vivía en un barrio periférico, pero de gente con pasta. Ya de paso, chivó el nombre de todas y cada una de ellas. A todas vistas él también era un niñato de clase media alta y me dijo con pelos y señales como era la finca de la muchachita.

Les di las gracias mientras cerraba la libreta y me despedí de ellos fugazmente. Un paseíto me aclararía un poco el modus operandi a llevar a cabo. Según me contó Esteban, Valeria (qué nombre más cursi, por Dios) era la “cabecilla” del grupito de bratz, seguido por Claudia, que era una incondicional de la nombrada Valeria, Tamara y Silvia. Esta última era, a efectos, el último pedo del culo, pero la toleraban porque el padre de Valeria era amigo o colega de profesión del padre de Silvia… o algo así.

Con esta escueta información procedí a localizarlas primero y luego ver cómo actuar. Las noticias decían que cada una de ellas estaba confinada en su casa a la espera del juicio y las autoridades desaconsejaban que las chicas se expusieran en público. No obstante, al llegar a aquella zona de clase pudiente observé, casi al finalizar mi recorrido, que había un par o tres unidades móviles de noticias, ansiosas por pillar algo de cacho.

Pregunté amablemente, como si fuera un transeúnte curioso, si aquella casa que veía era alguna de las presuntas culpables y me contestaron, amablemente también, que eran justo las cuatro casas adyacentes empezando por la esquina. Les di las gracias y proseguí mi camino, llevándome de paso un dossier que había por ahí cerca. Me alejé lo suficiente como para echar un vistazo y vi que tenía línea y bingo. Ahí estaban las fotos a todo color de las cuatro chicas y la quinta en discordia. Era información relativa a ellas y las fotos debían de ser del presente año en el instituto.

Valeria, la del nombre cursi, tenía una cara de hija puta que tiraba para atrás. Se le veía venir que tenía madera de tirana. Claudia, la medio novia del capullo ese del instituto, tenía la clásica carita mona de niña bien pero de mente mas bien despoblada; Tamara era una joven de mirada altiva y gesto hosco y Silvia, la última, parecía no pegar mucho con ese grupo de jóvenes asesinas. Cerré la carpeta y la tiré a un cubo cercano que había por allí.

Necesitaba cogerlas a las cuatro de una sola tacada, no podía arriesgarme a hacerlo de una en una, pues bastaba con que solo una de ellas fuera encontrada para encender las alarmas y eso, desde luego, no me convenía en absoluto. Caminé un poco más lejos de las casas que me habían indicado. Ahora que ya las tenía localizadas, necesitaba encontrar un vehículo lo suficientemente espacioso para mi y para ellas. Íbamos a dar un paseo inolvidable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario