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jueves, 1 de noviembre de 2012

MANO POR MANO (Agente Del Caos) Cap. III (Parte 1)



Hay días en que lo mejor que puedes hacer es no levantarte de la cama. Quedarte quieto, muy quieto y rezar o lo que sea para que vuelva a ti el sueño. Incluso hay días en los que deseas que algo que te haya pasado y que ha sido determinante para proyectar tu vida hacia una dirección determinada, no hubiera ocurrido jamás. Llevaba un par de meses, tal vez incluso hasta tres meses, intentando superar la muerte de Helena, la mujer con la que abrigaba alguna esperanza y, en ese tiempo que parecía un sueño, cumplía con diligencia, casi con indiferencia, todo lo que podía hacer para que el abyecto ser que tenía como acompañante, el Kuei, pagara su tributo con el abismo. Y entonces, en uno de los casos rutinarios en los que estaba metido, pasó lo que no quería justo que pasara. A decir verdad, pasaron dos cosas que no quise; La primera, conocí a un agente del caos dentro de la Ciudad… otro más. La segunda cosa que me paso fue… que me enamoré de ella.

Estaba persiguiendo a una mujer por la noche (¿por qué todas las cosas así sucederán por la noche? Una vez más, la realidad supera la ficción.); una mujer que había sustraído cuantiosos enseres personales que le eran ajenos. Bueno, tal vez para este tipo de cosas tendría que ser la policía la que hubiera dado cuenta… pero no era este el caso. Esta mujer “absorbía” la vida de las personas a través de sus pertenencias lo cual, hasta cierto punto, era el caso más extraño con el que me había topado hasta la fecha. Como una analogía, si se me permite, lo de esta señorita era a las pertenencias de los demás lo que el Kuei a las almas que le llevaba. Por norma general, la gente con la que me había enfrentado era eso: gente común, personas corrientes que desestabilizaban el grandioso equilibrio universal,  pero esta mujer… pues no.

La perseguí hasta que se metió en un pinar, alejada de las luces de las farolas de un tranquilo parque. La oscuridad se la tragó como un animal hambriento y yo, que antes que temerario soy precavido, eché mano a la chaqueta y palpé mi cuchillo, para cerciorarme de que, en caso de complicaciones, tuviera un handicap. Tras tomar una bocanada de aire, fui tras ella más sigilosamente. Ni una sola hoja de pino se movía, ni un ave nocturna cantó sus lamentos a la luna… la quietud era máxima. Y, como si de una obra de brujería se tratase, un frío helado comenzó a apoderarse del ambiente calmo. Me detuve, pensando en que tal vez sería una pequeña brisa. Pero el frío me penetró hasta el corazón. Y entonces me interné más entre los pinos.

El frío, que ya me había aterido bastante, dio paso a una sensación física más asfixiante si cabe. Empezaba a tener náuseas; el estómago se me cerró de golpe, como si hubiera comido algo en mal estado y justo ahora me estuviera masacrando las tripas. Ambas sensaciones eran las que sufría como podía mientras me acercaba a la mujer, de la que ya empezaba a ver su silueta, en medio de un brillo espectral.

Estaba de espaldas a mi, por lo tanto no me veía, pero yo si la veía a ella, y juro por lo más sagrado que existe que la vi brillar en medio de penumbras. La tenue luz que irradiaba era azulada, pero algo no estaba bien en esa luz. Es como si se pegara a su cuerpo, como si su luminiscencia fuera una masa babosa que supurara por cada centímetro de su piel. Y podía oír un sonido como de succión, como su estuviera drenando algo; y entonces ocurrió lo que tenía que ocurrir.
Mi estómago no lo soportó mucho tiempo más y no pudo sofocar una arcada, pues la sensación se acentuaba más conforme me acercaba… y, por supuesto, la mujer me oyó. Y, cuando se giró, no observé ninguna expresión en su cara, porque no tenía cara.

En lugar donde tenía que haber estado todo órgano facial, se encontraba una especie de trompa como las que tienen las mariposas y, alrededor del nacimiento de esa probóscide, una docena de ojos mal repartidos, de cualquier forma y de color rojo y negro, me miraban, si se podía decir así, de manera interrogante y sorprendida. Su brazos se habían transformado en una especie de prolongación de carne con dos aguijones en cada miembro que supuraban un líquido que, creía yo, era más venenoso que el veneno de cien cobras juntas. En su regazo, manchado de tierra, estaban todas las pertenencias que había robado de personas que, seguramente, por su acto, estarían pasando un mal rato.

La visión en sí me impresionó un poco bastante demasiado. Imaginaba que iba a mandar al infierno a aquella mujer por hacer lo que hacía, aunque no supiera muy bien que hacía. Lo que no tenía previsto era mandar al abismo a una criatura que, por deducción, pertenecía al mismo. Pero la primera reacción que tuve no fue sacar el cuchillo y atacar, a pesar de las náuseas y del frío que se pegaba hasta en los huesos. No soy tan valiente, ni mucho menos arrojado.

Mi primera acción fue correr en dirección opuesta. Craso error. Porque esa cosa, lo que fuera, sabía que la había visto y no iba a dejar por nada en el mundo que viviera para contarlo. Se irguió en sus piernas, que ya no eran tales, sino dos “piernas” llenas de tentáculos por pies que me perseguían prestos pisándome los talones. Cuando fui a mirar hacia atrás, pese a que siempre se dice que no miremos hacia atrás, no vi nada tras mi. Paré de correr y saqué el cuchillo; giré a mi alrededor intentando buscarle. Oí un ruido y giré hacia él: Nada. Cuando volví a girarme, allá estaba, a un metro de mi; Erguida, me sacaba como una cabeza; Lo primero que hizo fue empujarme ayudándose de los brazos y de la probóscide. Afortunadamente, los aguijones no hicieron mella en mi cuerpo, y caí de cualquier manera. Me puse en pie rápidamente y así el cuchillo más fuertemente mientras escrutaba ahora en todas direcciones, arriba y abajo… Y vi que se acercaba colgándose como un primate de las ramas más fuertes de los árboles. Tenía intención de aplastarme con aquellos asquerosos tentáculos, pero esquivé sin problemas su caída encima de mi.

De nuevo estábamos frente a frente. Y entonces observé que sacó esos aguijones de su interior con la intención de acabar conmigo de una vez por todas. En ese momento decidí vender muy cara mi vida, y, cual Julio Cesar, pensé que la suerte estaba echada.: Alea jacta est.

Aunque, al contrario que le ocurrió al dictador romano, que lo hizo todo solo, tuve un golpe de suerte inesperado. Del lado derecho del monstruo se escuchó un chasquido que rasgó el aire y, al instante, la criatura tenía una especie de cuerda rodeando su “brazo”. Luego esa cuerda se tensó y la criatura salió despedida a escasos metros de donde estaba y cayó cuan larga era en el suelo. Mientras se incorporaba, de nuevo un chasquido le rozó en la probóscide y casi se la corta de cuajo. Empezó a sangrar abundantemente por el corte, de un color seroso que recordaba al barniz.

Recuerdo pensar que, si sangraba, tal vez se podría acabar con ella. Así que salí de mi estado de estupor y, mientras me preparaba para su muerte, sostuve el cuchillo para la estocada final. Pero aquel bicho era tremendamente rápido e inusualmente instintivo. No parecía muy fuerte, ni pesar mucho, pero se movió hacia mí desde el suelo y su cuerpo impactó contra el mío... mandándome de nuevo al bendito suelo. Por tercera vez, se oyó aquel estallido y esta vez rodeó el cuello de la criatura, que fue arrastrada hacia un tronco. Allí, detrás de esa cosa había alguien, y una voz de mujer (aunque más que una voz fue un grito) me exhortó:

- ¡Acaba con él!

No dejé que me lo repitiera de nuevo. Cogí el cuchillo, me puse de pie y corrí, todo a la vez, para llegar ante lo que había sido una mujer y le apuñalé una y otra y otra vez. La criatura comenzó a emitir sonidos como de zumbidos y la náusea que me había acompañado en todo momento, a la par que esa sensación gélida, desapareció paulatinamente mientras la vida de aquello con probóscide se extinguía, hasta que finalmente quedó laxa. La cuerda se aflojó dejándola caer y me fije en que, lo que antes había sido un ser que creía solo existían en las pesadillas, se transformaba en mujer de nuevo, pero no en la mujer que yo había perseguido, sino como un cadáver que llevara años muerto.

La piel quedó pegada a su cuerpo como si fuera una mortaja natural. Y entonces, tras esta observación, me fijé en algo más. Lo primero, que lo que rodeaba su cuello no era una cuerda, si no un látigo. Y segundo, por fin vislumbré quién me había ayudado contra la cosa que yacía inerte en el suelo.

Clavó sus ojos en mí mientras salía de detrás del árbol donde había aprisionado a la bestia; me miraba con una mezcla de enfado y desaprobación. A su vez, recogía el látigo de manera diestra. Y, cuando la tuve enfrente de mi, la pude observar más detenidamente. Era rubia, con el pelo muy ondulado y recogido en una coleta que le llegaba a media espalda; sus ojos eran almendrados y de color castaño con vetas grises. Tenía en ambas orejas dos pendientes grandes en forma de aro, un poco gruesos y dorados. En cuanto a la indumentaria, no podía ser más extraña. Parecía una extra de película de adolescentes de los años sesenta. Vestía unos jeans de campana no muy ancha azules claros, unas zapatillas tipo Converse rojas, una camiseta blanca y, encima de la camiseta, una chaqueta como de cuero rojo de mangas blancas. La chaqueta tenía la inicial D a la izquierda. Verla con esa facha casi me da un shock. Aparte, es que estaba buena, para que vamos a mentir. Creo, de hecho, que mi mirada con la ceja levantada debió de despertar susceptibilidades en ella, pues a partir de ese momento, me habló de manera tajante.

- ¿Piensas relamerte más o vas a ir a casa a pajearte?- me preguntó con franco desdén.

- No estoy tan desesperado para que me gusten tanto las niñas retro.- le contesté.

Ella dijo por lo bajo un taco, supongo que dirigido a mi, y se agachó para examinar el cadáver que teníamos ante nosotros. Luego, cogió su mano y la partió con un crujido seco de la muñeca. Casi no podía creer lo que estaba haciendo. ¡Me estaba robando mi víctima!

- Pero, ¿qué se supone que estás haciendo?- le pregunté medio sorprendido.

- Cobrarme mi pieza.- me contestó tranquilamente mientras se erguía.- ¿Tienes algún problema?

- Nooo, para nada.- le dije. Estaba empezando a calentarme.- Solo que esa “pieza” que dices que te cobras, es mía.

- Tu le has dado un estoque mientras te la sostenía. De no ser por mi, te hubiera dejado seco al instante.

- ¿Pero tu te oyes?- pregunté incrédulo, casi fuera de mí.

- Si; y a ti también te oigo muy bien; no hace falta que grites, no estoy sorda.- acabó casi gritando como yo.

- Escucha: Yo maté a esta mujer, yo me llevaré la mano, si no te importa, ¿de acuerdo?

- No tienes ni idea de lo que acabas de destruir, ¿verdad?- me preguntó ella como si fuera un novato. Aunque, en verdad, no tenía ni idea.

- Supongo que tú me lo dirás, ¿no?

Ella sonrió con un gesto de condescendencia. La odié por eso, pero no cedió ni un milímetro. Señaló los restos de la mujer y me dijo de que se trataba.

- Ese ser es un zángano de la plaga. Lo primero que hace es proveerse de un cuerpo. Luego roba cosas de gente y les sustrae la fuerza vital de cada una de ellas. Las víctimas se consumen en una intensa agonía. Es como un cáncer que te come por dentro. Solo que, además de arrancarte la carne, también lo hace con tu alma.- y, después de un momento de pausa, añadió.- No tenías ni idea, ¿verdad?

- No, no lo sabía. Pero eso no quita para que me robes el mérito de haberlo matado yo.

- Esta mano es mía y me la voy a quedar.- sentenció.- No quieras buscar enfrentamiento donde no tiene que haberlo.

Y, dicho esto, se alejó del pinar. Al principio, yo me quedé clavado, como si me hubieran echado cemento en los pies, y, mientras la veía alejarse, se apoderó de mi una rabia tan intensa, que casi me quema por dentro. Saqué de nuevo mi cuchillo y fui a por ella con resolución: Iba a recuperar mi trofeo aunque corriera la sangre.

Me situé a unos escasos diez metros de su presencia y le grite un “¡Eh!” que pareció llamar su atención. Se giró mirándome de reojo y, al ver que empuñaba el cuchillo y la marca de mi mano refulgía como pidiendo el rojo líquido, ella echo mano también de su látigo y se quedó en posición de guardia. Me miró directamente a los ojos y noté el fuego de su mirada. Nos quedamos parados como dos duelistas, uno enfrente del otro, esperando a ver cuál de los dos daba el siguiente paso. Fue un milagro que en aquel momento no pasara nadie. Ella rompió el silencio.

- Te lo advierto; no me toques o correrás la misma suerte que ese cadáver que hemos dejado allá. No quiero enemistarme contigo, ni mucho menos matarte; si me fuerzas a ello, vas a descubrir de lo que soy capaz.

Mis ojos se posaron en sus manos, y vi un destello que surgía del interior de su palma. No había duda. Era como yo. Metí el cuchillo en su funda, en el interior de mi chaqueta. Ella pareció relajarse después de unos segundos y colgó su látigo del cinto. Luego, sin decir palabra, dio la vuelta y se marchó en dirección a ninguna parte.

Tras ese incidente para nada afortunado, me pasé los siguientes días intentando averiguar quién era aquella buena joven que me había robado el trofeo. Pregunté en Domus Animae, pensando que Jia Li podría tener la respuesta, pero fue tan enigmática como siempre, con respuestas a medio contestar y toda esa parafernalia. Era obvio que, de existir otras personas con mi mismo empeño, ella no me iba a indicar con pelos y señales sus identidades. Finalmente me rendí a la suposición de que no la encontraría si ella no deseaba ser vista.

Justo en el momento en que iba a volver a casa, a mediodía, tuve un chispazo casual. Tal vez debería de preguntar a los ojos de la Ciudad; el sabría, al menos, darme una pequeña pista acerca de esa joven. Dí media vuelta de nuevo y, mientras me colaba en el autobús sin pagar, cavilé en los sitios donde solía estar… o más bien vegetar.

Tras una búsqueda de una hora y media por el casco antiguo de la Ciudad y un paseo en bicicleta que un amable caballero en chándal dejó para entrar en un baño público a la entrada de un pequeño parque, lo encontré finalmente apoyado en un banco, con una botella en las manos y mirando de manera vacua al suelo. Dejé la bicicleta justo enfrente de donde él se sentaba y me senté en el otro extremo del banco; crucé las piernas y miré a la gente pasar y correr y jugar mientras el borracho que tenía a mi lado no movió ni un solo dedo.


- Hace un día bastante bueno como para pensar en la botella, ¿no le parece?- le pregunté. Alzó su vista hacia mi con una expresión oligofrénica, como si no tuviera ni idea de quién era yo o qué le había dicho.

- ¡Ah!- dijo por fin con un lenguaje pastoso.- Eres tú…

- Eso es. Yo mismo. Suponía que no me iba a reconocer…

- Pues claro que sí. Ya te dije que era los ojos de la Ciudad.- supongo que diría eso. Arrastraba las palabras como si en vez de lengua tuviera esparto en la boca. Si estaba tan lucido a pesar de la curda fenomenal que tenía, tal vez pudiera sacarle algo.

- Entonces, supongo que sabrás que pasó hace un par de días en uno de los parques, ¿verdad?

Me hizo la señal de silencio con el dedo que, por cierto, casi se lo mete en el ojo, y luego miró a ambos lados con esa expresión idiotizada que parecen compartir todos los alcohólicos. Luego se giró de nuevo hacia mí y habló.

- No se habla de la plaga así como así, hombre, ¿qué te pasa?- me espetó.- Ahora… Menuda la que te hizo la muchacha, ¿eeeeeh?

- Justo a ella es a quien quería ver. Verá, me salvó la vida y me gustaría agradecérselo. Supuse que, como usted es los ojos de la Ciudad, podría pedirle ayuda.

- Mierrrrrda, chico… Conozco a la mayoría de vosotros, eso desde luego, pero no tengo ni idea de quienes sois.- toda mi esperanza acababa de salir despedida por el retrete.- Pero si quieres un consejo de tu viejo amigo, que s… s… sepas que el criminal siempre va dos veces al lugar del crimen. Y ya está.- sentenció.

Borracho dixit. Así que, lo que me estaba proponiendo es que volviera de nuevo al parque donde había tenido el tete-a-tete con aquella amable mujer con boca de mariposa y esperase, ya que tal vez, y solo tal vez, podría ver a la que fue mi cómplice. Ya que no tenía nada que perder, me levanté sin despedirme (aunque él tampoco pareció darse cuenta de nada, como si la conversación hubiera sido producto de su imaginación) y fui a mi próximo destino.

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